Nunca es fácil organizar un evento deportivo. Hacerlo durante una crisis es difícil y hacerlo por primera vez durante una crisis es aún más difícil. Nada es anodino, cada detalle es un desafío. Tienes que ser valiente y decidido. Tienes que ser profesional.
Frank De Wit y Peter Paltchik
El Grand Slam de Budapest sido un éxito por muchas razones. En primer lugar, ha mostrado la rapidez de reacción de la familia del judo porque a dos semanas de la fecha las cosas aún no estaban del todo claras, nadie sabía si sería posible viajar desde cualquier lugar a Hungría.
Dos semanas para establecer estrictas y efectivas medidas sanitarias, que garantizaran la seguridad de los presentes, empezando por los más expuestos, los judokas. Se realizaron y documentaron dos e incluso tres pruebas negativas antes de aterrizar en Hungría. Luego, una vez en el país, todos tenían que hacer otra prueba, a veces incluso dos.
Catorce días para implementar un plan que fue preparado con anticipación y respetado por todos el día D. Había que ser exigente porque no era un asunto baladí. Por eso se diseñaron las burbujas, esos espacios, hoteles y recintos, donde tenías que quedarte, para no exponerte al virus y no exponer a los demás tampoco.
Entonces, cuando se detectaron varios positivos, la reacción fue inmediata. La descalificación de la selección italiana fue un golpe muy duro, sobre todo para los propios italianos, porque se habían entrenado mucho, como todos, y estaban ilusionados con la idea de volver a competir después de tantos meses. Para la federación internacional también fue un día triste porque tuvimos que aplicar las reglas contra los italianos, así como contra otras personas. Ha sido una pena, pero se deben seguir las reglas y no puede haber excepciones. Fue igualmente triste para un atleta de Tayikistán, que no pudo participar porque su entrenador dio positivo.
En total, se registraron 18 casos, once del exterior y siete de la delegación local. Si tenemos en cuenta que allí había casi 800 personas, 18 casos detectados antes de comenzar es un acierto que hay que atribuir a las delegaciones por haber sido responsables y a los protocolos de seguridad.
Esa seguridad permitió a los atletas competidores participar con tranquilidad, con una tranquilidad generada por la confianza. Así nos lo explicaron. El sentimiento general fue de alivio y fue un placer extraordinario observar la alegría con la que todos, absolutamente todos, calentaron, conversaron, intercambiaron chistes y anécdotas. Fue un regreso a un pasado que ya no existe, un paso hacia una normalidad cada vez más rara.
Voluntarios en Grand Slam de Budapest
El torneo tuvo que organizarse para la salud mental de todos. El judo es educación y pasión, pero también trabajo. Es la forma de vida de mucha gente, gente que depende del judo, gente que ha apostado por el judo, como cualquier otro deporte o actividad. Había que hacerlo porque la vida tiene que seguir, porque el judoka nunca se rinde y hay que hacerlo bien con garantías y sinceridad.
Así se hizo, así lo confirmaron todos y el resultado fue un torneo bonito, competitivo, con las sorpresas que siempre trae el judo, con sonrisas detrás de las máscaras, con mucho gel higienizante, muchos guantes, ilusión y buen humor.
Fue como tenía que ser. Un éxito rotundo, una demostración de saber hacer y respeto por las reglas, las nuestras y las de todos los países. Era la promesa de un futuro mejor. Fue un éxito ordinario.
FUENTE: IJF/Pedro Lasuen
FOTOS: IJF/Gabriela Sabau