Los vascos dicen que nacen donde quieren. Hacen lo mismo con la comida. Sugoi Uriarte nos espera en un restaurante. Llegamos soñando con paella pero Sugoi pide fideguá. España es diferente y sigue lloviendo a cántaros.
Sugoi Uriarte (foto de Gabi Juan)
Sugoi vive en Valencia desde hace más de veinte años. Puede ser un espía, un confesor de la reina o un ratón de biblioteca porque es discreto y detallista, un hombre de múltiples perfiles que ha puesto su interés y dedicación al servicio del judo. Para hablar con él hay que estar preparado con una libreta nueva y dos bolígrafos, por si falla el primero. Sugoi tiene un porte tranquilo, no levanta la voz y mide a su interlocutor antes de hablar, como una boa que estudia a su futura presa. Cuando abre la boca, empieza lo realmente interesante.
La historia de Sugoi, la que nos ha traído hasta aquí, es la del centro de alto rendimiento de Valencia, un lugar que no existiría sin Salvador Gómez. Judoka, sensei y economista, Salvador es de los que piensan y hacen. También es el suegro de Sugoi. Laura completa el triunvirato: hija, esposa, madre y judoka. Valencia es como una sucursal de Naciones Unidas, “cuarenta y tres países de los cinco continentes desde marzo”, dice Salvador. “Hemos ampliado el centro, construido un nuevo gimnasio y vamos a ampliar la residencia de los deportistas”. Es un Kodokan fabricado en España, con playa y sol, excepto hoy.
Julia Figueroa, Ana Pérez y Laura Gómez (foto de Gabi Juan)
Casi todos los judokas van aquí buscando algo diferente, algo complementario, una nueva rutina, caras diferentes. El centro goza de tan buena reputación que a veces sufre overbooking. Hace tres semanas entrenaron juntas Amandine Buchard, Odette Giuffrida, Fabienne Kocher, Larissa Pimenta y Ana Pérez; ¡un poco más y podrían organizar un grand slam!
Sugoi se llama Judopedia porque tiene memoria fotográfica. “Recuerdo todas las peleas, todos los detalles y conozco a todos los oponentes, las fortalezas y las debilidades. A mí también me pasó cuando competí”.
Sugoi fue subcampeón del mundo, campeón de Europa y se retiró en 2016. De la noche a la mañana pasó de la lona a la silla del entrenador. “Mi método está diseñado como una operación de fuerzas especiales. Intento juntar gente del mismo peso y de ahí sale lo mejor. Luego desarrollo la estrategia antes de cada pelea. Hay que respetar el plan, pero me gusta que haya un toque de libertad. Todos pierden y es en la derrota que valoro al buen competidor. Veo cómo afecta a todos”.
Sugoi Uriarte enseñando ne-waza (foto de Gabi Juan)
Sugoi es el policía malo y Laura es la policía buena. “No siempre”, señala Julia Figueroa, “a veces se intercambian los roles”. Todo parece bien engrasado, todo responde a una coreografía en la que todos entienden qué hacer y cuál es su lugar. "Trato a todos por igual", explica Sugoi. “Premio el trabajo, no el resultado. Apoyo al que más se esfuerza. Aquí las banderas no importan y el estatus es el mismo para todos”.
Sugoi y Laura proponen mucho combate, randori de alta intensidad. En ese sentido son los mismos que Quino Ruiz y repiten la misma frase que el de Brunete: "Hay que entrenar como si fuera una competición".
La diferencia entre Quino y Sugoi es que el vasco no es amigo de sus alumnos. “Soy más distante, considero que es fundamental mantener cierta distancia. Laura es más cariñosa, yo soy más frío. Por eso me regaña el psicólogo deportivo".
Para Laura, “Sugoi es más metódico y yo más creativa, más cercana a las necesidades de los deportistas. Él no se sale de su camino y yo me voy por la tangente".
Al final, lo que importa es aprender y llevar a tu equipo a la victoria. Son complementarios, como el agua fría y caliente en la ducha; se trata de dosificar.
“A nivel técnico, nuestros alumnos son muy buenos en ne-waza y kumi-kata”, destaca Sugoi. Cada uno tiene un estilo, lo cual es normal. Promovemos eso y hacemos que trabajen en cosas nuevas". Sugoi no es de los que teorizan y no se ensucia las manos. Primero explica lo que quiere hacer y luego lo demuestra. Hoy toca el suelo, un montón de ne-waza y Sugoi va de pareja en pareja para enseñar una técnica específica, él la repite cada vez y tantas veces como sea necesario para que sus alumnos la ejecuten a la perfección, Laura observa y aplica sus consejos, su propia terapia.
Salvador Gómez en el lateral derecho (foto de Gabi Juan)
Valencia ha crecido mucho en muy poco tiempo. Como tiene un buen plan de financiación y ayudas del gobierno regional y una gran cadena de hipermercados, ha tenido tiempo y recursos para profesionalizarse. Hoy Valencia significa excelencia y hay una rotación de extranjeros durante todo el año.
Daria Bilodid es parte de los presentes. “Me gusta cómo trabajan aquí y me encanta la ciudad y la comida española”, confiesa el bicampeón del mundo, aunque siga lloviendo.
Nos preguntamos por el intercambio de información, es decir, por el hecho de que los que vienen del exterior aprendan las técnicas que los españoles usarán contra ellos en los torneos. Para Laura, “es un riesgo aceptable porque el miedo a mostrar tus cartas es menor que el que se aprende de los demás”.
De momento Sugoi sigue su plan al pie de la letra. “Este año queremos hacerlo lo mejor que podamos, pero sin presiones añadidas. Es una etapa transitoria que nos llevará hacia la meta de los Juegos Olímpicos de París”. Eso es en términos de objetivos deportivos.
Sin embargo, hay dos corrientes separadas, en las que también trabajan Sugoi, Salvador y Laura. Una, obviamente, es cuidar la cantera, alimentar con sangre fresca a los profesionales, cadetes y juniors con mucho potencial. El segundo es otra cosa y explica quién es realmente Sugoi. Tiene estudios superiores en ingeniería térmica electrónica e ingeniería superior en organización industrial. Es un ordenador con pelo y judogi y acaba de presentar un proyecto europeo en una carrera dual. Es un informe detallado sobre la vida de un deportista de alto nivel combinado con los estudios y la vida después de la jubilación. Un judoka, por muy bueno que sea, gana mucho menos dinero que cualquier futbolista o tenista, por poner dos ejemplos. Los judokas tienen que pensar en sí mismos después. La mayoría estudia entre dos sesiones de formación; es una vida muy exigente.
Julia Figueroa (foto de Gabi Juan)
Esto es Valencia, un Silicon Valley en miniatura, una apuesta de futuro que ya está dando sus frutos. El dinero, como dice Salvador “es un recurso indispensable que permite el desarrollo, pero hay que tener claro lo que se quiere. No aspiramos solo a ganar dinero, sino a brindar las herramientas necesarias para triunfar como atletas y como personas cuando termine la competencia”.
Valencia es la promesa de un futuro mejor y más seguro, un refugio para todos los amantes del judo, una fuente de inspiración y mucha pasión. En Valencia Laura y Sugoi son el abrazo armado de una filosofía que no hace distinciones, el sueño de cualquier amante de la independencia, porque detrás de ella se encuentra la libertad. Salvador es, como él mismo dice, “el jarrón chino que nadie quiere romper”.
Entender Valencia es entender que siempre hay soluciones dentro y fuera del tatami, que nada está perdido y que todos tienen derecho a un trozo de gloria y bienestar material y espiritual. A cambio ofrecen trabajo, sacrificio y apoyo, no miran pasaportes y hablan el mismo lenguaje, el de la sabiduría que nace del sudor del esfuerzo colectivo y la ilusión de estar juntos y hacer lo mismo, cada uno. a su manera. España es diferente y si ponemos Brunete y Valencia en una coctelera y batimos, sale un cóctel delicioso, con múltiples sabores y sin resaca.
Nos vamos, ¿alguien tiene paraguas? Por supuesto que no, España es diferente.
FUENTE: IJF/Pedro Lasuen